They share a look in silence and everything is understood

La distancia entre él y yo era abismal; conforme sus palabras se deslizaban por sus labios sentía que un enorme vacío nos alejaba, no físicamente, sino en un segundo plano no escrito, no palpable. Simplemente seguía el compás de sus parpadeos para intentar entenderle y poner la maquinaria en marcha, pero parecía que uno de los engranajes se había desencajado. Y ahí estaba yo, dibujando esferas con la punta del dedo sobre la mesa, en un vago intento de recrear el movimiento que debía describir mi mente, una y otra vez, el mismo círculo, perdiéndome en la inercia que no se trasladaba a mi interior, sino que se difuminaba poco a poco sin llegar a adquirir una forma consistente.

Estelas.

Pero pronto entendí que no podía permanecer ahí y decidí empujar, retorcer, forzar y romper con un movimiento brusco la cadena de montaje, para levantar otra rápidamente y ser capaz de seguir el hilo de la conversación. Sin embargo, pronto encontré que aunque intentaba hacerle comprender mi punto de vista, mis ataques se desmoronaban con sus argumentaciones incisivas Hallé entre tanto abatimiento un ligero incentivo para seguir insistiendo, erosionando, presionando para derribarle, tirar la fortaleza abajo y penetrar hasta dónde más duele, hasta la esencia de su razonamiento. Necesitaba rozar con la punta de mis dedos el origen de todo aquel desajuste, el causante del quebradero de cabeza. Quería debilitarlo, desmenuzarlo, mutilarlo para que dejara dejara de herir mi orgullo, en un intento ya no de vencer, sino de masacrar todas las palabras, los conceptos, los disparates que entrelazaba con un suave giro de mano en el aire. Era como un insulto que aguijoneaba mi cerebro, él, él entero, cuando pasaba el dorso de su mano sobre su pelo, movía la cuchara del plato o sostenía la caja de servilletas, siempre, jugueteando.

No obstante, me ahogué en mis propios chasquidos de lengua. ¿Tenía él razón? Yo sonreía, era inevitable, no podía aceptarlo, estaba presenciando cómo algo que en un primer momento me había parecido absurdo tomaba forma y ganaba color conforme el tiempo transcurría (más bien conforme me miraba con esa expresión de pleno convencimiento que se había tatuado). Y perdí los papeles, se me iban, se me iban las palabras, chocaban atontadas contra sí mismas. Joder, va a tener razón.




En aquel momento, la sonrisa que se dibujó en mis labios confesó mi desconcierto. Un leve asentimiento apoyó la idea de rendición, y entorné los ojos, para digerir todo aquello, para tragar la derrota y, acto seguido, zambullir mi mano en el bolso. Era hora de cambiar mi punto de vista y con un movimiento ágil conseguí alcanzar las lentes. Y vaya, ya no pude dejar de sonreír.

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