Anduve

Hoy anduve.

De repente, me sumergía en el asfalto y me dejaba llevar por un impulso invisible, avanzando, cayendo.Sonó un agudo pitidito y vi un pajarito estrellándose contra una puerta. Me acerqué, curiosa.Sobre el árbol del patio de la casa, la mamá lo llamaba, pero el pajarito no podía volar, sólo saltaba, de un lado a otro, piando desesperado. Yo contemplaba la escena con los brazos cruzados, pensativa. Pero cuanto más arremetía el pájaro una y otra vez contra la puerta, más me entristecía yo.


¿ Lo cogía? Ya casi me imaginaba el tacto de sus plumas removiendose entre mis dedos.¿ Y qué haría? ¿Subirlo hasta allá arriba? ¿dejarlo sobre la puerta? ¿Y si se caía y se hacía todavía más daño? ¿Debía dejar que la naturaleza siguiera su curso?
Me sentía totalmente impotente. Triste porque no podía hacer nada por solucionarlo, y porque dolía ver cómo el pajarito llamaba desesperadamente a su madre.
De repente, en uno de esos saltitos inocentes, se metió debajo del coche. Intrigada, me agaché y lo observé piando y piando, brincando en la oscuridad y chocando contra la parte baja del automóvil.
Deseé meter la mano y sacarlo, quedarme aliviada dejándolo cerca de su madre y pensando que así había hecho lo correcto.Pero no lo hice, porque era imposible. La sensación de alivio quedaba totalmente fuera de mi alcance, así que me fui, di media vuelta pensando.
Volví, claro.
No lo vi, así que cuando me dirigía para mi casa de nuevo, me lo encontré en la acera, todavía luchando por conseguir juntarse con su madre. Juro que me dieron ganas de llorar.

Pura impotencia, supongo.

No hay comentarios: