Cuarto Movimiento: La realidad

Visualicé cómo con el cambio del semáforo, una mano invisible invitaba a los viandantes a emprender la marcha y dejar caer sus pies sobre la calzada rayada. Los miraba perpleja, desde el autobús. Este hablaba por teléfono, el de más allá sonreía a una mujer que parecía recién sacada de un bufé de abogados, un chico embriagado por la música que penetraba por sus auriculares, hasta que el autobús se ha puesto en marcha y todo ha continuado, a un ritmo frenético, unos frenaban, otros cruzaban corriendo, ella se estaba riendo, sí, la de rosa.Era como un videoclip, la vida pasaba por delante con unos engranajes desacompasados.
Alargué la mano y me decidí a doblar el cristal, que poco a poco fue cediendo hasta que se despegó por completo y las figuras que conformaban el paisaje del exterior se desplomaron, torpes, se retorcían en el suelo, pues había cambiado la gravedad. Me había tomado la libertad de extraerles la ficción para destapar la mentira y encontrarme con el aroma del miedo, de la nada, del vacío, del blanco más perfecto. Como cascadas, la gente caía generando una espuma que desembocaba sobre mis pies, se zarandeaban y gritaban mientras yo iba arrancando poco a poco los restos que quedaban de la escena. Cuando me deshice de todo y lo arrugé y lo deposité en mi bolsillo para volverme a la ventana que sólo mostraba la ceguera en estado puro.
De repente, el móvil vibró en mi bolsillo. Hice un amago de cogerlo pero en el último instante me decidí a romperlo y a guardar los trocitos que quedaban de él junto al resto de las cosas que había extirpado. Miré de nuevo afuera y sentí la efervescencia de mi sentidos, allí no había nada que tocar, ni oler, ni oír, ni ver ni degustar. Quise llorar pero no supe, quise gritar pero los pensamientos se me estacaron entre las cuerdas vocales y se asfixiaban, se enroscaban buscando algo a lo que aferrarse porque el bloqueo mental se había extendido por todo mi cuerpo.

Allí comprendí que la sociedad no es más que un invento, los puros convencionalismos sociales que edificamos para resguardarnos de nuestro propio salvajismo nos consumen. ¿Por qué actuamos contra natura?¿Por qué si los animales se matan entre ellos y perviven bajo la ley del más fuerte nosotros no podemos continuar con ese código?Tenemos la capacidad cognoscitiva, sí, pero quizá no sea la mejor manera de protegernos el crear una realidad paralela, un artificio imperfecto que acune nuestras inseguridades y nos deje cerrar los ojos. Aún así tenemos miedo a lo desconocido, a que la gente se salte ese pacto social y despierte su instinto. Sentimos pánico por nuestra naturaleza, porque estamos sedados y no sabemos escapar de la jaula, que un momento se construyó para salvar cuando, en el fondo, sólo sirvió para condenar.

1 comentario:

gloria dijo...

Mmm Extremoduro
Estoy, pese a mi poca formalidad al escribir, sigo. :)